Ainhöa Lizarbe, socia WAS y Cáliz Ebri realizan un interesante análisis sobre la situación actual del residuo textil y la transformación tan necesaria que tenemos por delante.
Incluir en una misma frase “residuo” y “textil”, suena de todo menos glamuroso. Lamentablemente, el residuo textil se ha convertido en uno de los mayores quebraderos de cabeza para avanzar hacia una economía circular. Cada segundo se deposita en vertedero o se incinera un camión lleno de ropa en el mundo. Sí, cada segundo. Ante estas cifras, posiblemente en nuestra cabeza se agolpen multitud de preguntas, como por qué no se donaron esas prendas o por qué no acabaron en una planta de reciclaje. Encontrar respuesta, en un sector que genera 1.3 billones de dólares anualmente y que se estima emplea a más de 300 millones de personas a lo largo de su cadena de valor, requiere de un análisis más profundo.
Un cóctel explosivo que combina el auge del fast fashion, la guerra de precios, tendencias cada vez más efímeras, un consumo desmedido y armarios desbordados de prendas de peor calidad. Actualmente, más del 60% de la ropa que se fabrica contiene poliéster, una fibra que tarda siglos en degradarse. Todo ello ha derivado en un crecimiento exponencial de prendas que tarde o temprano acaban desechadas, convirtiéndose en un residuo difícil -por no decir imposible- de reciclar.
Ni existe actualmente la capacidad de reciclar todas las prendas ni todo lo que se deposita en los contenedores de ropa acaba reutilizado.
La industria no dispone de tecnología para separar muchas de las mezclas que componen nuestra ropa, lo que dificulta la creación de nuevas fibras recicladas para una segunda vida. Incluso contando con esa tecnología, dado el modelo de crecimiento actual del sector, el problema sólo se resolvería parcialmente.
Aunque la recogida selectiva del textil merecería todo un capítulo aparte, baste decir que hoy en día gran parte de la ropa que se deposita en los contenedores acaba siendo exportada y monetizada a través de mercados de venta al por mayor de ropa usada. El excedente de prendas usadas y difíciles de reciclar se ha canalizado a través de mercados secundarios, una manera de rentabilizar el problema y redirigir el residuo hacia otros destinos que ha facilitado su gestión a nivel local pero que tiene los días contados.
Que la industria textil es altamente contaminante es sabido por todos. Para ser más exactos, es la segunda industria más contaminante del mundo. Las empresas del sector están haciendo grandes esfuerzos e inversiones en I+D+ i para revertir esta situación y, hasta ahora, la atención se ha centrado principalmente en las fases iniciales de la cadena, en particular en la producción tanto de tejidos como de prendas finales. Las empresas buscan de manera activa mejorar progresivamente estas fases, introduciendo nuevas pautas de fabricación y trabajando en la composición de sus prendas.
Por desgracia esto ya no es suficiente. No podemos seguir fabricando ni al mismo ritmo, ni de la misma manera, ni en las mismas cantidades. El modelo de consumo actual está desfasado y necesita un cambio de dirección para asegurar su viabilidad. El enfoque sobre el que trabajan muchas empresas es parcial y se aleja de una visión que integre en su estrategia empresarial el residuo como el último eslabón necesario en la transición hacia un modelo más sostenible.
La falta de coordinación de acciones entre los diferentes players para buscar soluciones conjuntas, así como la necesidad de interiorizar la problemática del residuo en su modelo de negocio, dificulta la puesta en marcha de acciones de alto impacto. Una necesidad de cambio que pasa por responsabilizar a las empresas, apostar por soluciones innovadoras y reforzar un marco regulatorio que soporte una transición efectiva hacia un modelo circular.
A través de este breve monográfico hemos querido poner el foco en el residuo, posicionándolo como elemento clave para una transformación necesaria y urgente del sector. Una reflexión en la que todos tenemos algo que aportar.
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