No hay más que leer la variada cantidad de artículos que hay en este espacio de reflexión para comprender su importancia y que estamos en un momento en el que hay que reducir las emisiones ligadas a los combustibles fósiles, incorporar criterios ASG a los planes estratégicos, adoptar visiones sistémicas, promover la inversión responsable, regular en numerosas materias, medir y reportar, crear estrategias con impacto, captar y desarrollar el talento, evitar la pérdida de biodiversidad, apoyar y respetar la protección de los Derechos Humanos y evolucionar hacia modelos circulares.
Todo eso, claro, entre otras muchas cosas. Porque de no ser así, el desastre total hará que nuestras inquietudes y prioridades cambien en un plazo indeterminado.
Lo cierto es que la mejora continua de la calidad de vida y el bienestar de las generaciones presentes y futuras, vinculando el desarrollo económico, la protección del medio ambiente y la justicia social -que viene siendo la definición de desarrollo sostenible dada por la Unión Europea- parece algo tan complejo, inabordable e inabarcable que reducirlo a una lista de verbos podría ser incluso irrisorio. Sin embargo, para convertirlo en algo factible y razonable, creo que es importante reconocer el significado de las palabras y actuar, cooperar, construir, incluir, escuchar, humanizar, debatir, inspirar, cuidar, liderar y educar. Estamos en un punto en el que no hay tiempo que perder porque nos estamos jugando la sociedad que queremos. Por eso, la pregunta que me hago es la siguiente: ¿qué lugar ocupo yo en todo esto? Estudié Educación Social porque quería trabajar con, por y para las personas y poder dar respuesta a las desigualdades sociales desde la educación. Tanto es así que en un primer momento estaba convencida
de que terminaría en el mundo de la Cooperación Internacional y la Educación para el Desarrollo.
Me presenté a un par de concursos literarios, gané el suficiente dinero como para evitar hacer la campaña de crowdfunding que tenía pensada para recaudar fondos y gracias a ello el verano antes de empezar en la universidad participé en “España Rumbo al Sur”, un programa para jóvenes dirigido por Telmo Aldaz de la Quadra Salcedo, que a través de un viaje y una expedición por un país africano fomenta el liderazgo, la iniciativa propia, el emprendimiento, la solidaridad y el esfuerzo. Pero al terminar la carrera ya veía el mundo con otros ojos. Quise abrir el abanico de posibilidades y me fui -con muchas reservas, por qué no decirlo- a la
Facultad de Economía a hacer un Máster en Innovación y Estrategia Digital de la Empresa. Rápidamente tuve ganas de descubrir países, aprender idiomas y conocer gente. Por eso me fui a vivir a Finlandia.
Llevaba un par de meses a más de cuatro mil kilómetros de casa cuando llegó la pandemia provocada por la COVID-19 y, obviamente, casi no me moví del país, practiqué menos idiomas de los que me hubiera gustado y las personas que llegué a conocer se contaban con los dedos de las manos. Mi experiencia fue totalmente diferente a lo que había planeado y, aun así, la aproveché al máximo.
Gracias a lo aprendido en el máster y ante la obligación de estar muchas horas metida en casa creé la página web de Boor, una idea que tenía con mi hermana Inés y que se materializó en ese momento. Hoy en día es un proyecto de arte transformador a través del cuál convierto las boyas que llegan a las playas en forma de basura marina en piezas únicas de diseño. Por otro lado, comprobé que otra forma de hacer las cosas es posible y llegué, casi por casualidad, a la Responsabilidad Social Corporativa y al “Curso de Experto en RSC” impartido por el Observatorio Español en la materia. Me encantó.
Así fue que al volver a casa, a Galicia, quise profundizar más en el tema. Necesitaba saber qué se estaba haciendo aquí, cuáles eran las tendencias, quién estaba metido en ello, en qué ámbitos se aplicaba y mucho más. Por eso tuve la inmensa suerte de ser seleccionada para cursar la “Cátedra Inditex-UDC de Sostenibilidad”. Una experiencia muy completa y enriquecedora en la que, además de todo lo que se da por hecho en un curso de estas características, hubo un aprendizaje eminentemente práctico al tener que desarrollar un Plan de Acción en materia de Sostenibilidad para ASPANAES, una entidad no lucrativa de Acción Social que trabaja para apoyar a las personas con autismo y sus familias.
Y hasta aquí llegaría mi etapa formativa, a no ser que quieran que les cuente sobre mis cursos de Photoshop, liderazgo en vela de formación, surf o Interpretación del Patrimonio.
Tengo 26 años y mi experiencia profesional incluye tres como profesora de violín y casi seis como educadora ambiental, creando proyectos e impartiendo formaciones a diferentes grupos de interés.
Sin embargo, una de las grandes dificultades a las que me enfrento es que, para acceder a un nuevo puesto de trabajo, me exigen una amplia experiencia ocupando un puesto similar al que quiero optar, lo cual en este momento me resulta técnicamente imposible.
Por eso hoy “me rebelo” ante los portales de empleo, ante las 211 solicitudes con las que me recomiendan que me compare y ante los algoritmos de selección de personal y busco oportunidades laborales planteadas desde el punto de vista de las habilidades, las maneras de hacer y las vivencias previas.
Busco personas con las que hablar. Porque puede que no tenga el C1 de inglés, pero navegué dos semanas por el Báltico y me entendí con un equipo internacional; tampoco hice un máster en Recursos Humanos, pero he sido delegada en el instituto y en la universidad, además de coordinadora de los equipos de trabajo del máster y de la cátedra, y les aseguro que como entrenamiento no ha estado mal; ningún papel certifica que sea creativa, pero tengo ejemplos que lo avalan.
No estaría escribiendo esto si no fuese una rara mezcla de mujer espabilada, curiosa, prudente e ingeniosa.
¿Hablamos?